Razones
Jorge Fernández Menéndez
Diagnóstico de Pemex: el futuro o el chantaje
El diagnóstico sobre la situación de Petróleos Mexicanos que recibió el presidente Calderón este fin de semana deja muy poco margen para la indecisión sobre el futuro de la paraestatal y plantea, a partir de los números fríos, en blanco y negro, hacia dónde tiene que avanzar la reforma en el sector.
Los datos ahí están: en tres años Pemex pasó de ser la sexta a la décima empresa petrolera mundial. Las reservas mantienen una caída constante desde los años 80. De 2000 a la fecha, las reservas probadas han disminuido en cinco mil 600 millones de barriles, lo que equivale a dos veces el Presupuesto de Egresos de la Federación. Y las reservas probadas hoy alcanzan para poco más de nueve años, al ritmo de producción actual.
Pero la producción no se puede mantener al ritmo de hoy si no se descubren y explotan nuevos yacimientos. La caída en los últimos tres años es de 300 mil barriles diarios, con una disminución en los ingresos de unos 10 mil millones de dólares y, si la caída de la producción sigue su ritmo actual, para 2021 Pemex sólo podrá producir un millón 800 mil barriles, menos de la mitad de la producción de estos días pero menos, también, de los requerimientos del país. En otras palabras, ya no exportaremos petróleo, lo importaremos.
Se dice que se puede y debe comenzar a explotar los llamados yacimientos en tierra y aguas someras, yacimientos que en el pasado los abandonaron por su baja productividad o porque no se contaba con la tecnología necesaria para que fueran redituables. Es verdad, pero en el escenario más optimista, con ellos sólo se podría aumentar la producción en 1.3 millones de barriles diarios para 2021, o sea que estaríamos por debajo de la producción actual. Al mismo tiempo, en aguas profundas existe un potencial de 29 mil 500 millones de barriles de crudo por explotar, lo que equivale a una cantidad superior a todo el yacimiento original de Cantarell.
Nadie puede tener dudas con respecto a que es allí donde tendrían que dirigirse los esfuerzos principales, sobre todo tomando en cuenta que el proceso de exploración y explotación en aguas profundas toma, en todos los casos, varios años e inversiones muy altas. Para poder avanzar en ese sentido, se requiere que Pemex pueda asociarse con otras empresas. Ninguna petrolera del mundo, pública o privada, realiza ese tipo de exploración y explotación sola, sin asociarse con otras empresas. Simplemente, ninguna puede hacerlo.
Al mismo tiempo que disminuye nuestra capacidad de extracción de petróleo, ha descendido también la capacidad de refinación. Con respecto a la gasolina, hoy más de 40% de la que consumimos es importada y, para 2015, será la mitad de toda la gasolina que consuma el país. En 2028, el consumo sería equivalente a dos veces toda la producción nacional. Es imprescindible, entonces, aumentar significativamente la capacidad de refinación (un mecanismo, además, para hacer más valiosa la explotación petrolera, porque cuanto más capacidad de refinación existe es mayor el valor agregado que se puede extraer a cada barril de crudo). Para poder avanzar en ello, dice el diagnóstico entregado al presidente Calderón, se debe expandir la capacidad de refinación con inversión propia y complementaria, con el fin de reducir la dependencia del exterior y no aumentar la deuda de Pemex ni afectar su contribución a las finanzas públicas.
Se requiere también adecuar todo el esquema tributario y presupuestal de la empresa, con miras a facilitar los proyectos de exploración y explotación más costosos y complejos.
El diagnóstico es, por supuesto, mucho más amplio, pero queda claro cuáles deberán ser los ejes de cualquier reforma: primero, apostar desde ya, sin ignorar los yacimientos en tierras o aguas someras, a los que hay en aguas profundas, una urgencia que se acrecienta porque en los límites con México y compartiendo esos mismos yacimientos ya están produciendo pozos estadunidenses y comenzarán a explotarse en corto lapso los cubanos, asociados con distintas empresas europeas y brasileñas. Para ello no se necesita, insistimos, privatizar nada: simplemente permitirle a Pemex, como lo había establecido Lázaro Cárdenas del Río cuando decretó la Expropiación, asociarse con otras empresas para poder cubrir los requerimientos que Pemex necesite. No se descubre el hilo negro: aquí lo hemos dicho, si México tiene que colocar un satélite de comunicaciones en órbita no desarrolla durante 15 o 20 años un sistema aeroespacial propio: simplemente se contrata a una de las tres o cuatro empresas que se encargan de ello en el mundo, para que lo coloque en la órbita adecuada. No se invierte más que en el gasto de la operación y nadie dirá que se viola la soberanía de algún país con ello. Lo mismo sucede con la exploración en aguas profundas: ninguna empresa del mundo, ni antes ni ahora, asume sola ese proceso, por costoso y complejo. Se realizan una serie de asociaciones que no vulneran en nada ni la soberanía ni la autonomía de Pemex (o de la empresa pública del país de su preferencia), para poder realizar esas tareas. Insistimos, ningún país pone hoy límites a esa posibilidad.
Como tampoco a la de que el capital privado pueda invertir en petroquímicas con el fin de aumentar la capacidad de refinación. Existen innumerables mecanismos que permitirían esa inversión sin privatizar nada de Pemex. Según las proyecciones oficiales, sólo en esos dos campos (explotación en aguas profundas y refinación) podría haber de aquí a 2012 poco más de 100 mil millones de dólares de inversión en infraestructura, además de todas las inversiones colaterales. ¿No es demasiado lo que está en juego para la prosperidad del país y su gente como para dejarlo de lado por un burdo chantaje político?
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