lunes, 9 de enero de 2017

Trump y el miedo de una nación a competir.



Hace unas décadas cuando se negociaba el Tratado de Libre Comercio, se decía que México iba a ser el más perjudicado, que la industria iba a decaer, que los empleos se perderían, que las industrias desaparecerían y en pocas palabras sería la ruina nacional, si bien la industria nacional si enfrento un proceso de deterioro y decadencia; este fue más como resultado de la pésimas condiciones que tenía para operar en la nación, lo que determino el cierre de muchas fábricas nacionales.

Resulta sorprendente que el argumento que triunfo entre la clase trabajadora de los estados de este de Estados Unidos como Main y Pensilvania haya sido precisamente que es la industria nacional norteamericana la que ha sucumbido a consecuencia del Tratado de Libre Comercio.

Al final los mexicanos no son tan flojos como su estereotipo y que son perfectamente capaces de armar cualquier tipo de auto con las mayores normas de calidad, que cuenta con una mano de obra cualificada, competente y por si fuera poco barata, algo muy difícil de superar; al final el trabajo duro de miles de mexicanos en la industria automotriz ha tenido unos frutos increíbles, y para los inversionista ha representado unos márgenes de utilidad barbaros.

México no vive una bonanza, ni un auge económico producto del Tratado de Libre Comercio de Norteamerica, sino más bien el acuerdo comercial permite tener una cierta salida económica para el país, es un válvula de escape, pero no es ni por mucho el motor del desarrollo nacional; aunque sinceramente con lo que vemos en días recientes con los anuncios de armadoras como Ford, Fiat, GM, entre otras y la cantidad de inversiones que se pueden perder no deja de ser preocupante.

Ahora una amenaza se cierno sobre lo construido en los últimos años; durante los últimos días hemos visto como a base de tuitazos el presidente electo Donal Trump ha inferido en el destino de la economía mexicana de forma contundente, amenazando a las armadoras automotrices principalmente norteamericanas, con el argumento de regresar sus inversiones de México a Estados Unidos, de no hacerlo así les impondrá un arancel tan oneroso que les será imposible tener rentabilidad en la venta de vehículos en suelo norteamericano, en este contexto de incertidumbre y los anuncios de las inversiones que no llegarán a México, el peso es la moneda que más se ha devaluado frente al dólar, con ello la capacidad de compra de los mexicanos.

Increíble que una persona que omitió cuanto pudo el pago de impuestos en su país amenaza precisamente con subir los impuestos que pagan las empresas por vender en suelo norteamericano.

Esto plantea muchas preguntas, en primer lugar ¿será tan omnipresente la presidencia de Trump como para tomar decisiones tan puntuales como para subir aranceles a una industria en específico, o más aún a una empresa en lo particular, en forma de represalia, por el mero hecho de buscar la mayor rentabilidad para sus accionistas y socios?

Independientemente de lo que pueda o no pueda hacer el señor Trump, mientras sus acciones se apeguen a las normas internacionales habrá que acatarlas, él tiene la libertad de pedir lo que juzgue conveniente para los intereses de su país, y hasta aquí nada podemos hacer.

Debemos enfocarnos en lo que si podemos hacer, por ejemplo poner las reglas del juego en la mesa, el señor tendrá que tomar una decisión se sale o se queda en el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, si se sale en qué condiciones se quiere quedar, quiere imponer una muro comercial a todas las mercancías mexicanas, que nos diga de una vez por todas cual va a ser su monto, para acabar lo más pronto posible con la incertidumbre, si Norteamérica llena de miedo decide castigar a naciones aprovechadas como México con altos aranceles, tendrá que enfrentar la intermediación de la Organización Mundial del Comercio, en la que se establecen que los miembros de la misma no pueden atentar contra la libertad del comercio y ese instrumento lo tenemos que utilizar para defender el plato de pan que llevamos a nuestras mesas.

Tenemos que estar preparados para el peor de los escenarios, uno en el cual, una nación llena de miedo, decide encerrarse en sí misma y no confiar en sus vecinos, una nación que no quiere entender su nuevo papel en el mundo, en el cual no sobrevivirá sin aliados, una nación que le teme al diferente, al que no habla en su idioma ni tiene su mismo color de piel, una nación que no quiere aceptar sus miedos, y esa es una enorme diferencia con respecto a una nación como la nuestra, hemos enfrentado tantos cataclismos que aprendimos a vivir con el miedo, a enfrentarlo, que aislarnos no sirve de nada.

Somos una nación con una enorme fortaleza y una capacidad invaluables, con una esperanza a toda prueba, que se subleva ante la injusticia, con problemas es verdad, con contradicciones muy profundas, pero también con el sentido de responsabilidad para el congéneres, tenemos que aprovechar esta coyuntura, vamos negociar como socios, no como lacayos, vamos a enfrentar este reto con dignidad y talento, a demostrar una vez más que tan capaces somos de competir y de vencer, debemos de enfrentar nuestros miedos de forma muy diferente en la que lo hacen nuestros vecinos, a quienes apreciamos, respetamos y en algunos aspectos admiramos, hay una clara mayoría en Estados Unidos que quería enfrentar estos retos de forma diferente, pero las cosas son como son, no hay más remedio que enfrentarlas.

Se ha demostrado una enorme capacidad por parte de los trabajadores mexicanos, aquí y del otro lado de la frontera, esta es una de nuestras ventajas, tenemos todo por crecer, aún tenemos un margen por mejorar muy amplio, el de nuestros vecinos está estancado, por el miedo, por querer culpar al otro de su situación, las cosas están cambiando muy rápido, el cambio tecnológico es brutal, y la automatización avanza a pasos agigantados, esto no lo quieren entender nuestros vecinos, nosotros no podemos darnos ese lujo; tenemos que aprender de otras naciones a incorporar la innovación a hacerla parte de nuestra experiencia cotidiana, a fomentarla y provocarla.

Si Trump quiere la vieja industria que se la quede, México debe alzar la mirada y observar el horizonte del largo plazo, las nuevas economías que están surgiendo, la que ya está aquí como la del coche eléctrico, las energías renovables, la nanotecnología, la robótica, la genética, y tantas otras; ahí debemos apostar, hoy pelearemos por llevar pan a nuestras mesas, defendiendo las inversiones en nuestro país, para que los miles de mexicanos puedan conservar sus empleos y otros tantos aspiren a incorporarse a ese sector, sí pero sin quitar los ojos del futuro y de los millones de mexicanos que viven en la pobreza.

Por eso urge acabar con la incertidumbre, para comenzar a trabajar en cómo ser competitivos ante un socio comercial que nos quiere poner trabas, para ese entorno México debe mejorar la competitividad de su sector energético, del logístico, de infraestructura, de desarrollo tecnológico, ya que necesitaremos de todo nuestro talento e ingenio, pues no solo se trata de encontrar nuevos mercados, ya que el más grande de todos está al otro lado del rio Bravo, y les tenemos que vender, en qué condiciones será es lo que hay que aclarar, ni duda me cabe México se sobrepondrá, es una nación con un futuro brillante, y eso depende de nosotros de nadie más, aunque alguien en el exterior se empeñe en ponernos el pie para trastabillar.

Señora, señor es momento de hacerle justicia a nuestra magnifico legado, a nuestra maravillosa tradición, es tiempo de ser la nación que nuestros padres y abuelos soñaron.

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