05-Abr-2008
Retrovisor
Ivonne Melgar
En campaña por la reforma
Como nunca antes, Felipe Calderón se afana en ganar la batalla de la reforma petrolera.
Aquellos silencios prudentes de los primeros meses del sexenio para dejarle el escenario libre a la partidocracia y a la clase política, quedaron atrás.
Bastaron 16 meses de ejercicio gubernamental para probar que esa intención de evitar enfrentamientos directos para no desgastar la figura presidencial, no depende de la mera voluntad ni de los buenos deseos.
La coyuntura que debilitó a Juan Camilo Mouriño en la Secretaría de Gobernación, obligó al cambio de táctica y, esta vez, el Presidente asume pública y abiertamente la factura de terminar con el tabú de que Pemex es un tema intocable. Acaso, más que una decisión, es una consecuencia que lo coloca al frente y casi solo en esta pelea legislativa que también resulta ser una disputa política y mediática. Casi solo porque al final de cuentas el cuadrilátero petrolero ha derivado en una riña personal frente a Andrés Manuel López Obrador.
En tono de arenga, el discurso calderonista ha ido subiéndole el volumen a la defensa de la idea porque el proyecto de reforma llegará hasta la próxima semana— de poner al día a la paraestatal, incluyendo el apuntalamiento de su respectivo diagnóstico. El efecto cuadrofónico se observa en la replica hacia la oposición, a la priista por supuesto, que es su principal interlocutora en el terreno parlamentario, pero también con mensajes para el lopezobradorismo, cifrados sí, en tanto no le ponen nombre y apellido al destinatario, pero que cada vez suenan más directos.
Y de las alusiones, ha pasado a la solicitud directa de apoyo y a disputar el aval de la opinión pública, como en campaña. No es más el político parlamentario que desde Los Pinos cuidaba su trato con los diputados y senadores, jamás revirarles, nunca mayoritearlos ni con el roce de una palabra presidencial. Porque así fue Calderón hasta antes de la Semana Santa.
Lo suyo era el trato en privado con los legisladores, las frases cuidadísimas, siempre con el reconocimiento del Congreso por delante. Sin embargo, la búsqueda del sí y del reconocimiento del gran público, de la raza, se la habían encargado a los publicistas.
Ese tiempo, sin embargo, se acabó. Al menos por un buen rato, hasta que desde Bucareli con Mouriño o con un relevo, exista la posibilidad de contestarle al senador Manlio Fabio Beltrones e incluso a diputados que sin tener la baraja del juego legislativo en la mano, cuentan con un par de ases bajo la manga, como ocurrió con las descalificaciones de Carlos Rojas Gutiérrez y José Murat durante la comparecencia de la secretaria de Energía, Georgina Kessel, y del director de Pemex, Jesús Reyes Heroles.
Ahora el Presidente toca puertas, como en 2005 y en 2006, cuando buscaba el voto de sus correligionarios, primero, y el de los ciudadanos ya en plena campaña electoral. Porque su estrategia es de medición de fuerzas frente al argumento lopezobradorista de que ahí viene ya la privatización de la paraestatal y, justamente por eso, se sustenta en un discurso de extrema confianza en el que el proceso de las reformas continuará, porque los acuerdos anteriores —así lo plantea él— ya rompieron “el mito” de que los mexicanos no pueden hacer cambios en asuntos que hasta hace poco se pensaban imposibles.
Este optimismo es aderezado por una buena dosis de algo así como “aquí nadie se raja”, como en una campaña electoral. Por eso, una de las ideas centrales del mensaje prorreforma petrolera es la de un hombre dispuesto a tomar todos los riesgos y todos los costos, incluido el de la “desinformación” interesada por parte del ala pejista del PRD.
Y sí, una parte de ese 25% de la población que sigue considerando al ex candidato presidencial perredista como un líder creíble y con futuro, podría entusiasmarse con sus llamados, a pesar del sello de violencia civil que tendrían sus anunciadas acciones. Y ese es un costo.
¿Pero a qué costo se refiere Calderón cuando se asume resuelto a ir con todo por el cambio en Pemex, así sea únicamente del marco regulatorio? ¿Al castigo ciudadano en las urnas? ¿Al golpeteo de la figura presidencial? ¿A una reedición del conflicto poselectoral de 2006? ¿A la factura que implica medirse con un político de arrastre de la oposición?
Hay un pago adicional: el de aguantar las descalificaciones públicas del PRI, aun cuando en privado sus líderes parlamentarios esbocen después un “ustedes disculpen”, como habría sucedido el miércoles en San Lázaro con Kessel y Reyes Heroles.
¿Se trata de un pago inevitable, propio del montaje tricolor, para encarecer su alianza a la hora de aprobar la reforma? ¿O es un pago derivado de que al Presidente no le da tiempo de cabildear en corto con las bases tricolores, de operar lo que dicen que antes hacia Mouriño desde la discrecionalidad de Los Pinos, cuando entonces era jefe de la Oficina de la Presidencia? Me temo que son las dos cosas.
Y es que el Presidente está sobrecargado. Todavía no hay iniciativa, pero él ya libra la batalla pública, para el gran público, de manifestarse por la inversión complementaria en nuevas refinerías y por la exploración simultánea en aguas profundas y someras.
Es apenas el comienzo. Este fin de semana no habrá domingo privado para Calderón, quien extenderá la pelea hasta la política social, con una gira que iniciará mañana en Chiapas y seguirá el lunes. Como en campaña, no dormirá en su casa. Ahí, entre comunidades indígenas, tomará volumen el alegato de las consecuencias sociales que, según el gobierno, ya tiene la llamada catástrofe de no hacer nada.
Se trata de una batalla decisiva. No porque haya un tesoro en disputa, sino porque los protagonistas ya velaron armas y, como si ésta fuera la última batalla de la guerra, a su modo nos dicen que es de vida o muerte.
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