Al presenciar el despegue del viejo transbordador espacial Discovery; muchas cosas escaparon de mi memoria, se activaron viejos recuerdos se mezclaron con recuerdos más recientes, y mientras contemplaba el rastro de luz, de la emblemática nave, no podía dejar de imaginar la gran emoción de sus tripulantes.
La exploración espacial nos remueve algo que llevamos muy intrínseco en nosotros, es una característica de nuestra especie la exploración.
El horizonte nos llama, y es difícil desentenderse de ese llamado.
Hace unas décadas la humanidad por fin alcanzo la luna, y hace unos días celebramos los 40 años de la llegada del hombre a la luna.
El día de hoy en lo que podría considerarse una misión de rutina, el viejo Discovery se embarca en una nueva misión, en la cual se incluyen 2 astronautas de origen mexicano, José Hernández y John "Danny" Olivas.
Resulta por decirlo menos, estimulante, que estos dos astronautas integren la tripulación que tiene como objetivo alcanzar la Estación Espacial Internacional y llevar el modulo Leonardo para que sea acoplado a esta.
No pude dejar de pensar el el ingeniero José Hernández y lo debería de sentir en el momento exacto en el que experimento el envión que daba la propulsión de los cohetes; imagino que la fuerza imprimía su pecho, pero sin duda no solo era la fuerza de gravedad la que provocaba esta reacción; además sentía lo que muchos experimentan, cuando han alcanzado un sueño, la fuerza de gravedad y la fuerza de su espíritu imprimían al unisono su pecho.
Seguramente el no reparo mucho en el hecho, tenía una enorme responsabilidad en sus manos, y el entrenamiento le había proporcionado la capacidad suficiente de mantener la mente en los instrumentos, sabía que el éxito de la misión en esos momentos era responsabilidad suya.
No tenía tiempo de reparar en esas imágenes que viajaban a mayor velocidad de la que los hacia la nave que lo acercaba al cielo, destellos de recuerdos provenientes de otro momento en el tiempo.
Cuando las manos de sus padres arrancaban de la tierra el sustento de la familia, cuando esas manos cansadas que le cobijaban cada noche estaban llenas de esperanza. En este ambiente el pequeño José se atrevió a soñar, miro al cielo y descubrió su vocación, quería ser astronauta; pese a que su entorno no pudiera contribuir mucho para que ese sueño se alcanzara. El era el hijo de una pareja humilde de mexicanos que trabajaban en los campo de cultivo de California, el salia junto a sus padres a tomar de la tierra el sustento con las manos, con ellas tiraban con fuerza para recolectar los frutos del campo; esas mismas manos que ahora mismo tienen la delicada tarea de manipular los instrumentos de una nave espacial.
¿Cuanto trecho hay que recorrer para que el hijo de unos inmigrantes mexicanos, que trabajan en los campos de cultivo en California, se convierta en astronauta?. Con seguridad es un viaje más largo que el que ahora emprende José a la EEI.
Esta extraordinaria historia me lleva a pensar a que solo podría ser posible en los Estados Unidos, ¿o acaso alguno de los niños que hoy están junto a sus padres trabajando en alguna finca en México tendrá la posibilidad, de que en unos años con el valor de su espíritu, con el amor de sus padres, con el apoyo de sus maestros convertirse en lo que ellos sueñan ser?.
Ojalá y si, que nos caiga de una vez por todas el veinte, y que pongamos atención a historias como la de José Hernández, ¿quienes son nuestros líderes, nuestros ídolos, nuestros ejemplos a seguir?
José nos brinda un ejemplo de valor, nos muestra el camino del éxito desde su nave espacial, José y Jhon Olivas no solo llevan en la nave al modulo Leonardo, también llevan consigo la esperanza de millones de mexicanos, que se atreven a soñar, a desafiar al destino, y están esperanzados en conquistar sus sueños.
Buena suerte José y Danny.
Que Dios los bendiga.
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