Ya me resultaba imposible no escribir sobre Haití, como si hiciera falta poner más imágenes escalofriantes, más datos sobre su pobreza pululante o sobre su historia.
Pero las palabras se me agolpan y necesito verterlas sobre estas lánguidas y escuetas líneas, no me queda más remedio que escribir sobre lo que veo en el noticiario matutino, en el periódico en línea, y en todo medio.
Desde los primeros reportes lo que más nos sorprendió a muchos era cantidad de cuerpos que se comenzaban a acumular en las calles de la devastada ciudad. Los conductores de los noticiarios las calificaban las escenas de Dantescas, eran una imagen fiel del infierno de Dante, de infierno de Puerto Príncipe, del infierno, en que viven los habitantes de Haití, ahora mismo.
Al tercer día del terremoto la tragedia se consolidaba, los reporteros de todo el mundo ya llevaban un día en la ciudad, y la recorrían para informar de lo que veían, sin embargo lo más relevante, era lo que no se veía, y es que ver la gente llorando, caminando desolada, sin rumbo, herida pidiendo ayuda, se repetía en cada rincón de la ciudad, pero lo que no se veía por ningún lado era la esperanza, a pesar de que la ayuda internacional comenzaba a llegar al derruido aeropuerto. Por ningún lado se veían cuerpos de salvamento y rescate trabajando en los escombros para buscar a los sobrevivientes. Decía un reportero del periódico El País, “He recorrido toda la ciudad, y no he visto a ningún equipo se salvamente trabajando”. La ayuda ya había llegado a Puerto Príncipe, pero no había forma de repartirla, por que los cascos azules, desplazados de tiempo atrás debido a los conflictos en el país, no eran suficientes para garantizar la seguridad de los cuerpos de socorro.
Fue hasta el cuarto día en que una fotografía recorría el paneta, repetida en los diarios en línea del todo el mundo, y en los noticiarios de televisión, era la fotografía de un equipo de bomberos españoles que lograron rescatar de entre los escombros a un niño de 4 años de edad, por fin después de tantos días de horror la esperanza se vislumbraba en los ojos de ese pequeño niño, que por fin era liberado de su prisión y podía regresar con los suyos.
Al fin se notaba la presencia de los grupos de auxilio llegados de distintas partes del mundo, solo que los esfuerzos de estos valerosos rescatistas, no serían suficientes para las dimensiones de la tragedia además el tiempo ya era un factor muy en contra; apenas al quinto día de la tragedia se decretaba que cesarían todas la acciones de rescate. Al sexto se reanudaría, y en estos días solo quedan buscando unos cuantos voluntarios alguna esperanza de entre los escombros.
Aquí no se pudo ver una reacción inmediata proveniente de algún lugar, la sociedad no se alcanzo a organizar como en el caso de la ciudad de México, el ejemplo de tragedia que a los mexicanos se nos viene a la cabeza cuando escuchamos la palabra terremoto.
Tampoco hubo una reacción gubernamental, pues el gobierno Haitiano colapso, y su presidente tenía que despachar en una sala del aeropuerto. Era imposible que este gobierno tuviera alguna capacidad de reacción, lo que reinó en Puerto Príncipe desde que ese infernal minuto marco su ultimo segundo, fue el caos, luego se impuso el miedo, y ahora reina la barbarie, el instinto, nuestro humanismo primitivo.
Desde el exterior solo podíamos ver, como Puerto Príncipe, continuaba colapsando, y como la comunidad internacional era incapaz de hacer algo por los ciudadanos, a todos nos pillo desprevenidos el seísmo, todos un tanto hemos quedados atrapados entre sus ruinas, y todos hemos deshonrado a los muertos que llenan sus calles.
Haití nos debe llamar a una consideración del actuar de las naciones en las tragedias naturales, que envolverán irremediablemente a la humanidad en los días por venir, si no queremos que lo peor de Haití se repita, pongamos en marcha un nuevo plan de cooperación entre las naciones, para ayudarnos a nosotros mismos de mejor manera, cuando la tragedia nos embargue las esperanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario